El arquitecto humanista está desapareciendo, y en su lugar emerge un panorama dual y esquizofrénico. Por un lado, un selecto grupo de estrellas internacionales que pueden hacer todo cuanto se les antoja, grandes escultores de iconos al servicio del príncipe de turno. Y en el otro extremo, un ejército de oficinistas del hormigón, haciendo bloques estándar al dictado de la normativa y bajo la estricta supervisión de la promotora. Pero aquel arquitecto libre, creativo, responsable y honesto está en vías de extinción. Ya no sirve, ni con crisis ni sin crisis, en una sociedad postrada a la producción frenética de objetos para vender, sean pequeños como lavadoras o grandes como edificios.
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